26 ago 2016

Un gobierno negligente

En el tiempo que llevo en Honduras, que de momento es un poco más de dos semanas, el choque inicial con el clima, costumbres, lenguaje, comida y mosquitos de este país se ha ido haciendo más leve. He hecho una transición desde una estupefacción inicial hasta una gestalt que poco a poco se va haciendo más coherente. Por ejemplo, ya no me sorprende que en ningún sitio tengan arroz, la dieta increíblemente basada en el frito y el azúcar, o que no entiendan que pollo frito con patatas fritas y ketchup no es lo mejor cuando estás enfermo del estómago. Ahora ya sé que ''ajá'' es sinónimo de ''sí'' y no significa que no te hayan escuchado (lo cual economiza mucho las conversaciones, créanme), que cuelgan sin despedirse diciendo ''bueno'' y que 30 grados es fresco.

Diversas visitas y conversaciones que mantengo con gente de acá me permiten formarme una impresión global más coherente. Por ejemplo, el otro día fuimos a una comunidad rural cerca de San Lorenzo llamada La Finca. Para buscar agua, debían ir al pozo que estaba construido cerca, en este caso con agua potable (algo raro de encontrar sin que sea en agua embotellada). El objetivo de la visita era hacer un primer reconocimiento para después instalar un sistema de tuberías que lleve el agua desde el pozo directamente hasta las casas. Fue interesante, porque vi por primera vez como se materializa el trabajo de ESF. Pero no éramos la única ONG allí. Preguntándoles, me contaron que el poblado entero había sido reconstruido tras el huracán Mitch en el 1998 con la ayuda de Save the Children (en hondureño, Salva a los Cipotes).

Ya empezaba a estar un poco mosqueado de tanta intervención de ONGs y entidades parecidas: que si Acción contra el Hambre, que si japoneses por aquí, UNICEF por allá... Charlando con un amigo de aquí que ya ha trabajado con otras ONGs y otras asociaciones en defensa del desarrollo local, empezé a ver el panorama un poco más claro. Me da la impresión de que aquí lo que hay son un montón de ONGs y organizaciones parecidas haciendo el trabajo que el gobierno no hace. Eso es algo que nunca me llegó a parecer muy bien. ¿Qué pasa, que el gobierno es tonto y tenemos que venir nosotros a hacer su trabajo? Eso sería puro paternalismo. En estos días, me he alegrado de descubrir que ESF con la cooperación para el desarrollo no sabe muy bien si busca enriquecer y fortalecer a otros o enriquecerse ella misma y abrir el debate sobre la teconogía en el ámbito científico y en el conjunto de la sociedad.

Por otra parte, también me he alegrado de descubrir que nuestra manera de trabajar se centra poco en proyectos de obra concretos y mucho más en formación y fortalecimiento de técnicos de aquí. Dicho de otra manera, nosotros no vamos a una comunidad o aldea y les hacemos un pozo y tuberías; nosotros hablamos con el municipio y vemos qué pasa y qué podemos hacer. ¡Ni que no hubiera ingenieros aquí! Por ejemplo, colaboramos con una asociación de municipios del sur de Honduras, cercanos al Golfo de Fonseca, llamada NASMAR, y ayudamos a hacer capacitaciones de técnicos de los ayuntamientos y a buscar apoyo para lograr financiación para construir los sistemas de agua. El principal agente aquí son los municipios y sus técnicos, no ESF.

Mejor, porque lo que yo no entendería sería que llegásemos a aquí a hacer estructuras de agua, que es algo que compete a la administración. Parece que hemos encontrado un equilibrio entre el trabajo en altas esferas de la política como hace ACNUR u otras ONGs que están muy metidas en los altos niveles de la administración, y el trabajo exclusivamente en terreno, que está muy bien en la aldeita de Villaformoso de Abaixo, pero en Villaformoso de Arriba seguirán sin agua hasta que alguien se digne a hacerles otro proyecto.

Creo que es muy importante no perder de vista que nosotros estamos impulsando acciones a nivel de las alcaldías y de la sociedad civil que el gobierno simplemente no hace. El gobierno central tiene completamente desatendidos a sus ciudadanos, no ha emprendido ni los más elementales procesos de desarrollo del país como la construcción de estructuras de saneamiento, y ya no digamos una mínima mejora del sistema educativo o de las carreteras del país. Esto da lugar a situaciones tan paradójicas como ver a niños jugando descalzos con un Blackberry, bares con el logo de Pepsi en comunidades donde el agua solo se puede comprar en el camión que pasa de cuando en cuando y centros comerciales que en medio del contexto de desnutrición ofrecen comida rápida y si quieres, ¡hasta puedes hacer una donación para que alguna ONG dé de comer a los niños! No: nunca debemos perder de vista que el trabajo que estamos haciendo aquí se debe a la desatención por parte del gobierno de sus funciones, en una palabra: un gobierno negligente.

16 ago 2016

Minihistorias del PCR: aterrizaje

Los 3 PCRs en el vuelo a Honduras. Marcos, con sudor frío.
Ha pasado casi una semana desde el comienzo de la experiencia PCR, pero Irene, Marcos y Miguel tienen una cantidad de experiencias tal que no sabemos como recogerlas en un solo post. Por ello, hemos decidido adoptar el formato de minihistorias que recojan algunas de las increíbles cosas que han sucedido en estos días. Comenzemos por el principio: el aterrizaje.

Aterrizaje en Tegucigalpa (por Marcos Rial)

Todo tenía muy buena pinta: salida de Miami al amanecer, viendo la ciudad desde el avión, los everglades de Florida y todas esas cosas que se ven por la tele. Pero por desgracia un recuerdo me acompañaría durante todo el vuelo, mi miedo a volar y la peligrosa pista del aeropuerto de Tegucigalpa. Había leído que se trataba de una pista corta, pero es que además se encontraba enclabada entre montañas. Vamos, un cóctel más peligroso que el Bloody Mary (que era precisamente lo que necesitaba para soportar tal sufrimiento).

Nos acercábamos al destino. Por las ventanas se comenzaban a ver las montañas del norte de Honduras, los ríos, las parcelas de cultivo, las pequeñas ciudades... Era mejor que ver cualquier cosa del entretenimiento que nos ofertaban. No hay película mejor. Pero comenzábamos el descenso. Comenzaban los sudores fríos. El avión, en una pirueta jamás vista pero muy elaborada incluyendo varios rizos y tirabuzones (lo juro) y en la que aún estando de lado se podían ver las casas y las montañas, aterrizaba en Tegus para mi regocijo personal (y el de los otros pasajeros un poco también). Fue como quitarse una tirita de golpe.

Raquel, Gloria e Iván estaban esperándonos en el hall del aeropuerto para llevarnos a San Lorenzo. Pero antes de partir era obligada una paradita en el Café de Don Miguel donde entre sus frondosas plantas me podía secar tranquilamente el sudor mientras nos tomábamos unos refrescos superazucarados. Y ahora sí, a partir de ese momento comenzaba de forma oficial una gran aventura.

Viaje a la Isla del Tigre (por Irene Veiga)


Vista de la isla del tigre desde la barcaza
-"Buenas tardes señor, ¿dónde se coge el bus?" (que en hondureño quiere decir "Buenas tardes señor, ¿dónde se hace el amor al bus?". Así comenzaba nuestro viaje a la isla del Tigre, en el municipio de Amapala. A pesar de haber estado ensayando la gran frase unas cuantas veces, Miguel cayó en el error y aguantándose la risa el amable hondureño nos señaló el lugar donde se "agarran los autobuses", conocidos aquí como Chicken Buses. Estos buses multicolores son como un pequeño mercado con ruedas donde a lo largo del trayecto se suben vendedores distintos y una puede adquirir desde agua fresca y bananos hasta medicamentos o arroz frito chino. Asombrados tanto por el ambiente generado en el autobús como por el paisaje verde y montañoso llegamos a Coyolito, última parada y lugar dónde agarraríamos una barca hasta la isla. Los cobradores de este tipo de barcas tienen una asombrosa habilidad para trepar por ella mientras surca el mar a bastante velocidad. Una vez más, patidifusos nos encontramos.

Vista de Playa Grande. No es tan grande como parece.
Al llegar a la playa del Burro, nos subimos a un moto-taxi (especie de motocicleta de 3 ruedas con techo) donde Fran, el conductor, nos acompañaría más veces durante los dos días en la isla. Nos llevó al restaurante de Doña Digna, al lado de Playa Grande, que aunque de grande no tenía mucho tenía unas vistas increibles a unas islas Salvadoreñas. Que concho, estábamos en el pacífico! al agua! Sin saber bien si la temperatura era mayor dentro o fuera, disfrutamos como niños que chapotean por primera vez hasta que la tormenta a lo lejos empezó a sonar. Cena rica, cerveza típica hondureña, vistas al pacífico, a lo lejos un baile de rayos que iluminaba el cielo...en fin, la vida PCR es dura.

El ascenso al Cerro del Tigre (por Miguel Pino)


Vista de la comitiva que inicialmente emprendió el ascenso

Imagínese el buen lector el carácter que tuvo que tener la excursión que acometimos aquella mañana de sábado. Guiados por Noel, un nativo de la isla, profundo conocedor del entorno, padre de decenas de hijos según nos aseguró él mismo, decidimos escalar el imponente volcán (hoy inactivo) que corona la Isla del Tigre. Tal fue la comitiva que salió del hotel camino de la selva: un topógrafo cangués, una aparejadora coruñesa, un psicólogo bouzense (del famoso barrio vigués), una doctora hondureña y su inocente hija quinceañera, todos ellos llevados por el guía nativo.

En un comienzo, la subida no parecía difícil. Sin embargo, pronto la temperatura comenzó a subir y el camino a hacerse más pedregoso. A los 100 metros de ascenso, la primera baja: un jaguar ataca al grupo y se lleva a la hija de la doctora*. Fue un momento duro, pero hubimos de seguir adelante. Después, el camino se fue haciendo más angosto y la vegetación más cerrada. Esto por una parte era bueno, porque nos defendía del sol, pero por otra parte los insectos eran más grandes, y cada vez teníamos más la sensación de que algo nos vigilaba desde la espesura.

Mientras, el guía nativo nos iba contando anécdotas del lugar. Por ejemplo, en una ocasión le habían encargado recuperar el cuerpo de un noruego ahogado. Él lo recuperó, pero le dieron el dinero al oficial que estaba con él, y éste se quedó con todo sin darle nada. Afortunadamente, se gastó todo el dinero en bebida y murió. ''La deuda ya está saldada'', zanjó el guía. También nos contó que en lo alto del cerro habitaba un hombre cuya única misión era cuidar de la antena de telefonía que había allí, y que vivía de manera autosuficiente, de sus propios animales y cultivos.

De modo que seguimos el emocionante ascenso, intimidados por la flora y fauna, haciendo paradas de vez en cuando. De repente, por fin, al final de una subida, avistamos la cima. Aliviados, nos detuvimos a descansar mientras el guía se subía a un árbol de mango para agitar sus ramas, a 10 metros de altura, haciendo que el jugoso fruto cayera al suelo. De pronto, una figura saliendo de la espesura: un hombre con unos perros. La leyenda del hombre autosuficiente que cuidaba la antena era cierta, y de hecho, tuvo la amabilidad de mostrarnos sus cultivos de yuca y jenjibre.
Vistas desde lo alto del Cerro del Tigre.

Después, emprendimos el camino de bajada, más duro aún que la subida. El guía y la doctora nos dejaron solos, de tal manera que los PCRs tuvimos que buscarnos la vida en la selva para encontrar el camino de regreso.

En total, 784 metros de ascenso desde el nivel del mar en una sola mañana. Del grupo de 6 personas que salimos del hotel, solo 3 logramos regresar. Sin embargo, fue una experiencia única que nos enriqueció como personas.
*En realidad, dijo que estaba cansada y esperamos a que viniera a recogerla una moto-taxi.


Esperamos que estas mini-historias ilustren a nuestro público cómo han sido los primeros días de la estancia PCR. Pronto volveremos con más historias, y más emocionantes.