29 sept 2016

La experiencia PCR casi definitiva

Al cuarto día de haber aterrizado en el infernal aeropuerto de Toncontín en Tegucigalpa (que hasta su nombre indica lo corta que es la pista) ya habíamos puesto nuestros pies de PCR en la Isla del Tigre en Amapala. Para situarnos, podemos viajar mentalmente (Google Maps) al Golfo de Fonseca y ver que en el medio del mismo hay tres islas. Pues la más bonita es la Isla del Tigre y punto.

Chiqueros en la Isla del Tigre.
Tanto esta isla como sus alrededores tienen muchos secretos. Que si piratas enterrados en una playa que curiosamente se llama playa de los Muertos, que si una cueva que atraviesa la isla y donde un tal Francis Drake dejó olvidada la cartera, que si el mejor pescado de Honduras, que si allí vive un hombre con 50 hijos, que si había un tigre... mil historias y cada cual más asombrosa.

Pero lo que me trae a escribir esta entrada no son sus mitos y leyendas sino una experiencia que tuve la suerte de vivir hace unas semanas. Empecemos por el principio.

Resulta que en la Isla viven un grupo de mujeres pescadoras y mariscadoras con las que tienen el honor de trabajar luchar CODDEFFAGOLF y ESF. Las labores resumidas son de apoyo a la construcción de un grupo más sólido y organizado que les permita crecer como asociación y mejorar los productos que obtienen de la pesca. Entre las labores de estas mujeres está la de explotar lo que se llaman chiqueros, que son construcciones en la zona intermareal donde se quedan atrapadas unas estúpidas sardinas a las que no se les ocurre mejor plan que quedarse entre sus muros de medio metro de alto. Estas, las construcciones no las sardinas, se heredan de generación en generación y por lo que pude saber, en algunos casos ya han pertenecido a tres generaciones. La primera vez que visité la isla no me di cuenta de la existencia de estos chiqueros porque la marea estaba alta, pero no pasa nada porque el que va a Amapala siempre vuelve y las veces siguientes sí podría ver de que se trataba.

La experiencia comenzaba un martes caluroso, como no podría ser de otra forma, en el que iba a acompañar a uno de los técnicos de CODDEFFAGOLF a revisar un prototipo de secadero de sardinas que utilizaban las trabajadoras. Aprovecho para decir que hasta ahora el secado se hace al modo tradicional, al aire, con todas las medidas de seguridad y salubridad bien saltadas. Mejorar este proceso es uno de los cometidos del proyecto y se está consiguiendo, como pudimos comprobar.

El angosto camino.
Mi sorpresa llegó cuando se sugirió que fuéramos a visitar un chiquero y, si cuadraba quizá podría ser, que nos dejaran pescar en él. Mi cara de "por favor, llévame" debió ser buena porque en un minuto ya estábamos de camino con el hijo de una de las pescadoras.

Lo que me imaginaba: ir, pescar un poquito, hablar y conocer la experiencia de alguien que explota un chiquero y sacar unas fotos que dieran envidia. Lo que pasó realmente: Fuimos por un camino que atravesaba una zona de mangle y para la que no llevaba el calzado adecuado. Pero me daba igual. Hace unos meses estaba viendo el manglar desde casa analizando unas imágenes de satélite con el píxel más grande que una cancha de baloncesto y ahora estaba dentro con lodo hasta las rodillas. Más tarde nos encontrábamos dentro de un chiquero con las sardinillas estúpidas rozándonos las piernas y dispuestos a atraparlas antes que los pelícanos o las garzas. Una tarea más difícil de lo que parece cuando solo dispones de una redecilla y un palo.
Una amable pescadora que nos acompañó al lugar.

La técnica es simple. Con el ganapán haces un arco bien pegado al suelo y a la pared del chiquero pero con cuidado de no raspar nada. En esta zona es donde se agolpan los peces. Con el palo haces un arco rápido contrario al sentido del ganapán y levantas ambos artilugios a la par que posas para la foto. El siguiente paso es comprobar que eres el peor pescador de sardinillas de Amapala y que estás mejor en una oficina cuando echas en el cubo tus tres capturas a lo sumo. Cabe decir que la especie de sardina que más se pesca no mide más de 3 o 4 centímetros. Para que sea un buen día deberías llenar un cubo como el de la imagen de abajo.

Pero bueno, ahí estaba yo, disfrutando de una experiencia que difícilmente olvidaré en un entorno precioso. Y todo sin esperármelo porque aquí, en San Lorenzo, uno se levanta a las 6 de la mañana sin saber donde ni como va a acabar el día.

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